miércoles, 16 de diciembre de 2009

Momentos

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Él recorría su espalda, una y otra vez, lentamente, disfrutando cada centímetro de piel, poco a poco. Ambos sentían que sin ese extra no era lo mismo, podían follar como locos, pero si al terminar, exhaustos, no lo hacían, les faltaba algo, sobre todo a él, porque él lo necesitaba más que ella, y para ella se había convertido en algo imprescindible.
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Habían aprendido a entenderse. De vez en cuando, él la buscaba, marcaba su número y si ella contestaba no hacía falta más, ya sabían la hora y el sitio, ya sabían qué esperar el uno del otro. Él se acercaba impaciente, ella, distante, fría, intentando no caer enseguida, resistiéndose, esperando que él, como todas las veces, la sorprendiera con algo nuevo. No, no era sumisa, más bien al contrario, de algún modo ella sabía lo que le gustaba, no hablaban, para qué, sus dedos y su piel sustituían las palabras, dejaban que hablaran por ellos con la certeza de que, tras unos minutos, unas caricias, ambos sabrían qué esperaba el otro, y aunque casi siempre el principio fuese distinto, los dos sabían que al terminar él se levantaría de la cama, buscaría en su bolso el paquete de tabaco, esos cigarrillos finos que sólo a ella había visto fumar, encendería uno y, recorriéndola una vez más, se lo pondría en la boca, y así, cabeza abajo, la dejaría sola unos minutos. Ella cerraba los ojos, relajada, sintiendo aún las últimas sacudidas de su orgasmo, imposible dormir, deseando no despertar, y lo esperaba, sin prisa, sabiendo lo que él estaba haciendo.
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Apuraba el cigarro y un poco antes de sentirlo anticipaba en su piel la sensación, el frío de la crema al caer por su espalda, las manos de él por todas partes, calentando ese cuerpo que unos instantes antes había sido suyo, y que aún temblaba. Y, como siempre, en ese momento, y sólo en ese momento, él sabía que ella era suya, completamente, que en ese instante, mientras sus manos recorrían su cuerpo con la fuerza justa, ella le daría lo que pidiera, diría que sí, sin dudarlo, a cualquier cosa que él dijera, y entonces, con un placer infinito, callaba, triunfante, mientras sus dedos, como si de las teclas de un piano se tratara, recorrían, interpretaban, cada centímetro, cada poro, todas y cada una de las innumerables pecas que salpicaban su cuerpo…
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3 comentarios:

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  2. Se podría poner más y hacerlo mejor, pero teniendo en cuenta las circunstancias y entre llamada y llamada, bastante...

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